martes, 13 de abril de 2010

ENTRE LA MIRADA Y LA PALABRA. La relación médico paciente

Dedicado a la Dra.Médica Gabriela Angelani por su sencillez y sensibilidad profesional.




The Doctor, Luke Fides, Tate Galery, Londres.


Cuando era niño, cinco años, recuerdo un día que no me sentía bien, y mis padres llamaron al médico a fin de que me asistiera en casa.
Como ya era de noche y estaba en cama, no tuve mejor idea que “hacerme el dormido”, cosa de chicos, así de sencillo.
Elías Scheinkman (al menos es el nombre que recuerdo), que era “nuestro” médico, me revisó y le manifestó a mis padres que no había nada que llamara la atención, y que mi estado de salud no era de preocupar.
Su trato de respeto y consideración hacia mí, quedó grabado en mi memoria; la delicadeza al revisarme, el tono de su voz, sereno y pausado, el ofrecimiento de mi madre, de alcohol y una toalla de lino bordada,  para que pudiera auscultar mis pulmones.
Durante la consulta trató de no despertar a un niño al verlo innecesario, algo tan simple como natural.
En esta anécdota, cual esbozo de un dibujo, estuvo siempre presente lo que es la relación médico paciente, calma, serena, respetuosa, y en este caso diría casi paternal.
Aún hoy la recuerdo por la fantasía de haberme hecho el dormido, pero por encima de todo, porque fue una lección de cómo revisar a un paciente, quizás sin darme cuenta, la primera antes de iniciar formalmente la carrera de medicina.
Hice la Unidad Hospitalaria en el antiguo Hospital de Clínicas.
Era jefe en ese entonces de lo que se llamaba Sala IV, el Profesor Osvaldo Fustinoni.
Nunca podré olvidar la calidad de su persona, su presencia, sus clases, el nivel de las mismas, haciendo extensivo mi recuerdo hacia todos aquellos profesores que compartían su docencia.
Allí descubrí y comprendí lo que era la excelencia en medicina, lección que me marcó para el resto de mi vida profesional.
Un día, viajando en el subte de Buenos Aires me lo encontré al Dr. Fustinoni.
En los pocos minutos que viajamos juntos, me presenté, charlamos un poco y le dije que le agradecía la formación que había recibido y que nunca lo había olvidado.
Me sentí emocionado; él no me ubicaba ni sabía mi nombre, yo lo había tenido y lo tengo aún presente. Fue la última vez que tuve oportunidad de saludarlo.
Con sus dificultades y facilidades, la medicina sigue siendo un arte y una ciencia.
Hay sí, cambios importantes y significativos en todos los niveles, pero también hay una historia de su quehacer, una idea por parte del paciente y del médico en lo que se espera sea la consulta médica.
En primer lugar la mirada del médico.
Todos sabemos que con ella se puede juzgar, sentenciar, comprender, “matar”, acariciar, que es el primer contacto con el paciente, la que inicia la consulta, lo que genera ansiedad o angustia, lo que da paz o incertidumbre.
En segundo lugar la palabra; casi no hay acto médico sin su presencia de una y otra parte, en especial las finales, las que acompañan la reflexión, el diagnóstico, el pronóstico del mal que aqueja al paciente.
Se podría decir que el arte de la medicina como tal, consiste en ello, encontrar las palabras claras, sencillas y precisas en un momento puntual y especial en la vida de una persona.
Muchos las llevan en su memoria, aquello que en su momento les dijo el profesional que los atendía, y ello fue el principio de un camino hacia la serenidad o la desolación y angustia.
Cuanto mas delicada la situación, más comprometida la salud, más incierto el futuro del paciente, más peso y trascendencia adquiere la palabra de quien habla.
Siempre digo, parafraseando a San Pablo : “Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe”, que lo que cura es el amor, porque sin él la medicina deja de ser tal, el médico pierde su rol social.
Quisiera agregar a propósito de la relación médico paciente, y como referente pictórico, el cuadro The Doctor (1891) de Sir Luke Fildes.
Este le fue solicitado por Henry Tate a fin de integrarlo en su Galería de Arte Británico, Londres, que tuve la oportunidad de visitarla.
El pintor reproduce a su vez su drama personal al pintar la agonía de una niña, él perdió a una hija en circunstancias similares, víctima de una enfermedad infecciosa.
Cualquiera que haya asistido o pasado por una experiencia similar, puede perfectamente comprender lo que el cuadro representa.
En él se aprecia la habitación de una familia pobre, se ve la ropa colgada dentro de la misma, iluminada por un quinqué con la pantalla inclinada para que ilumine mejor.
En el centro, la enfermita de unos cinco años, en una cama improvisada con sillas, con su mano caída hacia abajo, dormida o en coma.
La madre apoyada su cabeza sobre el antebrazo frente a la mesa, entregada, en una actitud de desconsuelo, exhausta.
El padre tiene su mano suavemente apoyada sobre el hombro de ella, tratándola de contener, confortar, mientras su vista está puesta sobre su hija agonizante.
Por último el médico, al lado de la paciente y observándola, en una imagen sobrecogedora, consternado, en silencio, acompañando a la familia toda, sin tratamiento ni cura posible, pero presente hasta el fin, tan necesario para la familia, como reflexivo para sí mismo respecto al misterio de la vida que se va.
Todo se sintetiza en un juego de miradas, expresión del drama más difícil de superar, como ser la muerte de un hijo y de tan poca edad.
Siendo la medicina una de la más noble de todas las profesiones, de nosotros los médicos, depende que la vivamos como tal y nuestros pacientes así lo vean.

Fernando Jijena Sánchez