Enojarse es más fácil, pero...tiene su costo
Envidia, resentimiento, venganza, forman parte de la mente humana en su estado más primitivo; el subordinarse o sobreponerse a esos sentimientos hace a quien somos.
Comparten por
así decir, parte de los mecanismos de reacción con los que contamos en nuestra
vida de relación social.
Son sentimientos que se despiertan frente a la
adversidad, a las dificultades con quienes nos rodean, a lo que consideramos “injusto”,
a lo que nos hace sentir “agraviados”, afectados en nuestra “dignidad”, y la
lista es interminable.
Lo primero que nos viene a la mente en estas
situaciones, no es por cierto el cuestionamiento de si obramos bien o mal, o si
somos responsables o no de lo acaecido, sino que más rápido que un rayo apuntamos al otro; casi instintivamente
lo cargamos de culpas, broncas, deseos de que sufra un daño, al menos similar
al que nos acaba de ocasionar, excepto que
por nuestra forma de vivir, o por nuestra educación o valores, nos
permitan reflexionar logrando hacernos cargo de nuestros errores o de nuestra
parte en el problema desistiendo de aquellas actitudes negativas.
Pero lo curioso, y lo vemos a diario, es que la
envidia como el resentimiento, son parte de la vida de relación en una sociedad
donde sentirse víctima resulta casi un privilegio o el papel que mejor se sabe
representar.
Es que hay personas que se “enorgullecen” en
sentirse víctimas de algo, lo cual las transforma, vaya la paradoja, en alguien
“importante”, con derecho al rencor, pensando en algún tipo de “venganza” les
traiga el sosiego que nunca llegará.
Esto puede ser, quitar el saludo, el insulto, la
calumnia, denuncia, instancia judicial, la agresión al causante del mal, etc.
He aquí la trampa, es que donde se instala el rencor
o la envidia, es como bien lo representó
un paciente: atascarse con un auto en el barro, cuanta más fuerza hace uno para
salir más se hunde.
Es que el pasado no puede predominar sobre el futuro,
porque sinó se vive con la mirada hacia atrás, atado a los hechos, rumiando
muchas veces la venganza como falso elemento liberador.
El sentirse atrapado en este tipo de situaciones,
hace que se vayan sumando “coincidentemente” y tentadoramente, más personas a
quienes en ese afán justiciero, van formando la lista de los “castigados”.
Lo curioso es que inmersos en este tipo de
conflictos, es muy difícil comprender porque nos pasa lo que nos pasa,
sintiendo que alguien se nos cruza siempre en el camino impidiendo nuestro crecimiento
personal.
Por último recordemos que el Cristianismo fundamenta
su prédica en el examen de conciencia, así como en el perdón de las ofensas
hacia quienes, a nuestro entender no obraron bien con nosotros, como uno de los
caminos más trascendentales para nuestra realización como personas en primer
lugar, y es el pilar fundamental para el desarrollo de una verdadera y responsable
libertad.
Fernando Jijena Sánchez
Fernando Jijena Sánchez