jueves, 15 de mayo de 2014


Enojarse es más fácil, pero...tiene su costo

Envidia, resentimiento, venganza, forman parte de la mente humana en su estado más primitivo; el subordinarse o sobreponerse a esos sentimientos hace a quien somos.
Comparten  por así decir, parte de los mecanismos de reacción con los que contamos en nuestra vida de relación social.
Son sentimientos que se despiertan frente a la adversidad, a las dificultades con quienes nos rodean, a lo que consideramos “injusto”, a lo que nos hace sentir “agraviados”, afectados en nuestra “dignidad”, y la lista es interminable.
Lo primero que nos viene a la mente en estas situaciones, no es por cierto el cuestionamiento de si obramos bien o mal, o si somos responsables o no de lo acaecido, sino que más rápido que un  rayo apuntamos al otro; casi instintivamente lo cargamos de culpas, broncas, deseos de que sufra un daño, al menos similar al que nos acaba de ocasionar, excepto que  por nuestra forma de vivir, o por nuestra educación o valores, nos permitan reflexionar logrando hacernos cargo de nuestros errores o de nuestra parte en el problema desistiendo de aquellas actitudes negativas.
Pero lo curioso, y lo vemos a diario, es que la envidia como el resentimiento, son parte de la vida de relación en una sociedad donde sentirse víctima resulta casi un privilegio o el papel que mejor se sabe representar.
Es que hay personas que se “enorgullecen” en sentirse víctimas de algo, lo cual las transforma, vaya la paradoja, en alguien “importante”, con derecho al rencor, pensando en algún tipo de “venganza” les traiga el sosiego que nunca llegará.
Esto puede ser, quitar el saludo, el insulto, la calumnia, denuncia, instancia judicial, la agresión al causante del mal, etc.
He aquí la trampa, es que donde se instala el rencor o la envidia, es como bien  lo representó un paciente: atascarse con un auto en el barro, cuanta más fuerza hace uno para salir más se hunde.
Es que el pasado no puede predominar sobre el futuro, porque sinó se vive con la mirada hacia atrás, atado a los hechos, rumiando muchas veces la venganza como falso elemento liberador.
El sentirse atrapado en este tipo de situaciones, hace que se vayan sumando “coincidentemente” y tentadoramente, más personas a quienes en ese afán justiciero, van formando la lista de los “castigados”.
Lo curioso es que inmersos en este tipo de conflictos, es muy difícil comprender porque nos pasa lo que nos pasa, sintiendo que alguien se nos cruza siempre en el camino impidiendo nuestro crecimiento personal.
Por último recordemos que el Cristianismo fundamenta su prédica en el examen de conciencia, así como en el perdón de las ofensas hacia quienes, a nuestro entender no obraron bien con nosotros, como uno de los caminos más trascendentales para nuestra realización como personas en primer lugar, y es el pilar fundamental para el desarrollo de una verdadera y responsable libertad.

Fernando Jijena Sánchez

domingo, 9 de febrero de 2014

Woody Allen


Sr. Director
Diario La Nación
Dr. Bartolomé Mitre


Hace unos días se publicó en el New York Times,  una dramática carta de denuncia de una violación por parte del cineasta Woody Allen  a su hija adoptiva de siete años.
Si coincide o no con el momento en que se discuten los candidatos a los Oscar en los Estados Unidos,  es prácticamente irrelevante.
Tampoco lo es que el hecho haya sucedido hace veinte años, y menos que la víctima era menor.
Frente a este tipo de delitos gravísimos, es más que frecuente y habla del daño ocasionado, que muchas mujeres demoren esa cantidad de años o más para hablar siquiera del tema.
De no haber sido por la fama de Woody Allen, difícilmente hubiera llegado a conocimiento de la opinión pública.
La ausencia de sentencia judicial, si bien tiene su trascendente valor, no niega ni afirma nada.
Pensar como dice su abogado, que fue una idea que le inculcó la madre de Dylan Farrow, por el tiempo transcurrido carece  totalmente de sustento.
En un conocido y reconocido  Centro Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, se está por inaugurar una muestra “Queremos tanto a Woody”, cuyos organizadores, no dudo  que sean ajenos a la situación creada.
Pero hoy por hoy, pese a la existencia de la duda, hacia la denunciante al menos,  no puede quedar en el simple reconocimiento de su trayectoria, como si lo sucedido fuera parte de una ficción.
No hay sentido común que acepte el que uno puede ser una persona reconocida por la sociedad y al mismo  tiempo un abusador sexual. Creo que lo último opaca lo primero.
Finalmente, si lo que prevalece es la duda, esta también tiene su lógica para un caso como este, que es la abstención de la apertura al público.
El resto es poner a prueba cuales son los valores con que nos manejamos como sociedad y que mensaje queremos darles a todas las víctimas silenciosas de este drama, así como la idea de infancia que tenemos.
Atte.
Fernando J.I. Jijena  Sánchez
Médico Psiquiatra