martes, 1 de enero de 2019

COMO UN BARQUITO DE PAPEL


Cuando era niño, perdón más niño que ahora, recuerdo haberme entretenido en más de una oportunidad después de una lluvia, armando barquitos de papel y verlos deslizarse por el cordón de la vereda.

Iban en general bastante rápido, lo cual no impedía que al trabarse con una rama o algún otro objeto, dieran por finalizado su viaje.

En una oportunidad me regalaron un libro muy grande formado por láminas de cartón con las cuales se podía armar una flota de guerra completa.

Grande fue mi alegría al verla desplegada ante mis ojos, y en ese momento debo confesar que me sentí un almirante, de juguete por su puesto, pero almirante al fin.

Todo era un simple juego infantil, como quien dice una gran ilusión, pero no podía negar que la vivía con intensidad, dejando volar mi imaginación hasta

que algún adulto que nunca faltaba, me llamaba a desempeñar alguna otra actividad.

Con los años, y diría muchos después, devenido en médico psiquiatra, al menos así me conocen, observé infinidad de veces cuantos barquitos de papel construimos en la vida, cuanta ilusión con que vemos nuestro futuro inmediato, el inicio de un estudio, el reciente conocimiento de alguien por quien nos sentimos atraídos, el comienzo de un nuevo trabajo.

También con que fragilidad nos desilusionamos, digamos, nos bajamos de nuestro barquito, cual quijotes náuticos, protestando a viva voz el hecho de habernos desilusionado por lo mismo que antes soñábamos sin parar.

Es que nos guste o no vivimos siempre en la superficie, porque la profundidad nos abruma, y a sabiendas o no, vamos llevando nuestra carga de ilusiones y desilusiones, que mal que nos pese van conformando nuestra biografía.

Y vaya si cuesta hacer ver a los pacientes su “realidad”, como si con ella la vida se hiciera más llevadera, o ayudarlos a comprender que todo se había reducido a una gran desilusión.

Es por ello que muchas veces uno se siente un poco cómplice de los pacientes, y los sigue en su mundo niño que aún persiste y se niegan a abandonar, en la esperanza que al permitirles volver a la infancia, que por otra parte casi nunca dejaron, reemprendan un nuevo camino que los lleve a la felicidad.

Por ello es que me pregunto muchas veces, si más que psiquiatra no debería presentarme como un “artesano de la vida”, más sencillo, cercano y creativo.
Fernando Jijena Sánchez



Muchos viven como niños, aparentando ser adultos...