Cuando era niño, perdón más niño que ahora, recuerdo haberme entretenido en más de una oportunidad después de una lluvia, armando barquitos de papel y verlos deslizarse por el cordón de la vereda.
Iban en general bastante rápido, lo
cual no impedía que al trabarse con una rama o algún otro objeto, dieran por
finalizado su viaje.
En una oportunidad me regalaron un
libro muy grande formado por láminas de cartón con las cuales se podía
armar una flota de guerra completa.
Grande fue mi alegría al verla
desplegada ante mis ojos, y en ese momento debo confesar que me sentí un
almirante, de juguete por su puesto, pero almirante al fin.
Todo era un simple juego infantil,
como quien dice una gran ilusión, pero no podía negar que la vivía con
intensidad, dejando volar mi imaginación hasta
que algún adulto que nunca faltaba, me
llamaba a desempeñar alguna otra actividad.
Con los años, y diría muchos después,
devenido en médico psiquiatra, al menos así me conocen, observé infinidad de
veces cuantos barquitos de papel construimos en la vida, cuanta ilusión con que
vemos nuestro futuro inmediato, el inicio de un estudio, el reciente
conocimiento de alguien por quien nos sentimos atraídos, el comienzo de un
nuevo trabajo.
También con que fragilidad nos
desilusionamos, digamos, nos bajamos de nuestro barquito, cual quijotes
náuticos, protestando a viva voz el hecho de habernos desilusionado por lo
mismo que antes soñábamos sin parar.
Es que nos guste o no vivimos siempre
en la superficie, porque la profundidad nos abruma, y a sabiendas o no, vamos
llevando nuestra carga de ilusiones y desilusiones, que mal que nos pese van
conformando nuestra biografía.
Y vaya si cuesta hacer ver a los
pacientes su “realidad”, como si con ella la vida se hiciera más llevadera, o
ayudarlos a comprender que todo se había reducido a una gran desilusión.
Es por ello que muchas veces uno se
siente un poco cómplice de los pacientes, y los sigue en su mundo niño que aún
persiste y se niegan a abandonar, en la esperanza que al permitirles volver a
la infancia, que por otra parte casi nunca dejaron, reemprendan un nuevo camino
que los lleve a la felicidad.
Por ello es que me pregunto muchas
veces, si más que psiquiatra no debería presentarme como un “artesano de la
vida”, más sencillo, cercano y creativo.
Fernando Jijena Sánchez
Muchos viven como niños, aparentando ser adultos...
Muchos viven como niños, aparentando ser adultos...