El hombre logra la felicidad en la medida en que tiene paz interior. Es la fórmula… tan nueva como antigua. Es la que nos permite comprender y comprendernos en los momentos de tribulación y desazón, tan propios de la vida moderna. Es la mejor forma de llegar al otro, de poder comunicarnos, de poder brindar amor.
Lo opuesto es la tristeza, la
insatisfacción y en una gran proporción la enfermedad mental. Vivimos llenos de
necesidades, anhelos, reclamos, exigencias de un futuro que de no ser
promisorio lo vivimos como enteramente frustrante, inaceptable. Digo futuro
porque el presente es para muchos un puerto al cual nunca imaginaron que
podrían haber llegado.
Hay pacientes que se acercan a un
consultorio psiquiátrico y llegan victimizados, muchos de ellos desde toda la
vida, por no haber logrado lo que quizá por “derecho divino” creyeron les
correspondía.
La civilización actual ha logrado grandes
adelantos, “medios” extraordinarios jamás pensados: informática, genética,
comunicaciones…que aún hoy nos producen admiración. Lo que no hemos alcanzado,
o quizá perdido, es el “sentido de la vida” que nos permita diferenciar aquello
que es simplemente medio de lo que es el fin. Ejemplo de ello es la siguiente
historia.
Los médicos, que contaban con todos los
medios posibles, sólo esperaban un desenlace fatal. Los padres, que no
tenían los medios con que contaban los especialistas, pero sí tenían un claro
sentido de la vida, permanecieron al lado de su hijo largos meses hablándole y
cantándole sin poder comprobar si el niño los escuchaba. Desde su paz interior
sentían que sí lograban comunicarse.
Hoy Badi tiene diez años. A pesar de las
lesiones neurológicas importantes que aún persisten, ello no le impide hablar
dos idiomas, cantar tangos, hacer bromas…
Volviendo al concepto del principio, la
vida interior es la fuente de paz, de felicidad. Así lo entendieron los padres de
Badi. Los médicos, quizá, lo vivieron de otra manera. Para pensar ¿no les
parece?
Fernando Jijena Sánchez