martes, 1 de enero de 2019

¿TÍTERES EN UN CONSULTORIO PSIQUIÁTRICO ?

La idea surgió de improviso, como suele ser. Se trataba de una paciente en tratamiento psiquiátrico a quien le resultaba sumamente dificultoso asumir su pasado, hasta que un buen día me pregunté si con títeres no sería factible lograr un abordaje del tema.
Me puse a pensar una y otra vez, dado que no conocía antecedentes, aunque presumía que no iba a ser el primero.
Se trataba de un psiquiatra de adultos haciendo títeres a sus pacientes. Una idea original o una fantasía condenada al fracaso.
¿Qué pensarían los pacientes? ¿Les sería útil? ¿No sería algo un poco extravagante?
Dispuesto a llevar la idea adelante, consulté con distintos titiriteros, navegué por Internet, fui a ver funciones de títeres.
Poco a poco el proyecto fue tomando vida, surgieron miles de interrogantes, como hacerlo, con cuantos títeres, con teatro o sin él.
Como no tenía experiencia previa la incógnita fue aún mayor. Sí la tenía en prestidigitación, arte que ejercí hace ya algunos años. También recordé mi deseo de probar con ventriloquia. Había un muñeco que vendían en un “Bazar de la Magia” que me cautivó durante mucho tiempo, pero el hecho de pensar en impostar la voz me pareció siempre muy dificultoso.
Con el tiempo comenzaron a llegar los consejos y propuestas, y así fue como fue tomando vida mi ya, teatro de títeres.
Un día al pasar por una juguetería- con la magia me pasó algo parecido- vi en la vidriera un hermoso teatro de mesa. Me dije: “Esto es lo que necesito.” Lo compré y lo puse sobre la mesa del comedor de mi casa. Como ví que le faltaba el telón le pedí a mi señora me lo confeccionara como correspondía, de pana roja.
En otra oportunidad en una feria de artesanos ví unos títeres, y me volví con dos de ellos.
Cuando quise pensar, estaba todo casi listo para la primera función.
El asunto era como manejarlo, durante cuanto tiempo, cambiando la voz o no , con luz propia o sin ella, y así miles de preguntas.
Un buen día me encontré con una paciente muy angustiada que daba vueltas y vueltas sobre el mismo tema. Pensé unos minutos y como presa de un deseo imparable, puse el teatro sobre la mesa del escritorio de mi consultorio, apagué las luces, encendí la del teatro, le pedí a la paciente que se sentara lo más atrás posible, y sorprendidos ambos comenzó la función.
En minutos todo se transformó. Yo manejando el títere, la paciente hablándole a él como un niña compenetrada de la magia del momento que en ese instante era su “realidad”.
Como el telón de fondo, ya que mi teatro es completo, me impedía verla, sólo escuchaba su voz. Me sentía realmente emocionado de lo que quizá, como un resabio de mi infancia, había logrado.
Eramos dos niños, comunicándonos en un juego que parecía no querer finalizar. Habíamos logrado volver al pasado y desde allí imaginarnos un presente que en ese momento estaba a mucha distancia de aquel en el cual habíamos iniciado la sesión.
El resto fue más silencio que otra cosa, guardé el teatrito, y al rato observé que mi paciente, de cincuenta y cinco años, había logrado hablar de algo que desde los cinco no lo había podido hacer.
Desde ese momento el títere es un auxiliar muy valioso en mi consultorio. Descubrí que tiene su tiempo, su momento, su misterio.
Por sobre todo comprendí que es útil para hombres y mujeres por igual y que nos ayuda a vivenciar el drama que a cada uno le toca representar en el gran teatro que es la vida.

Fernando Jijena Sánchez