domingo, 16 de agosto de 2009

 LOS ELOGIOS

En una oportunidad, Sir Winston Churchill comentó que al duque de Wellington le preguntaron “Si volvieseis a vivir otra vez, ¿Hay algo que podrías hacer mejor? Y el anciano replicó: Sí, dispensaría más elogios” (Historia del Arte de la Guerra, Mariscal Montgomery, Aguilar, 1969)
Aparte de lo interesante del libro de referencia, que he leído y releído con sumo deleite, la frase me hizo reflexionar sobre algo tan ausente como necesario, tan gratuito como esperado.
Gran parte de nuestra vida la hacemos en relación con los otros.
En muchos casos aceptamos ser “calificados”, como cuando hacemos algún estudio, ó en ciertos vínculos laborales, pero el la mayoría de las veces la apreciación es silenciosa, no existe, o nos enteramos circunstancialmente por el comentario de terceros.
¿Quién no recuerda de su época de escuela? “Rodríguez a la dirección” con la consecuente pregunta, ¿Qué habrá pasado? ó ¿Qué hice?, y unos años después en el trabajo, la misma orden e igual sensación de temor al reproche, a la crítica, a la sanción ó al despido. Es que son contadas las veces en que un llamado de ese tipo, va seguido de una felicitación, un simple reconocimiento, un ascenso.
Y no termina ahí la cosa, sino que la necesidad de elogio, es una de las carencias que más debemos superar, que más nos afecta en nuestra autoestima.
Quizás sean resabios de nuestra infancia, tan elementales como importantes, como el afecto de nuestros padres y familiares, primeros maestros, pero los cierto es que nunca nos acostumbramos, ya de adultos, a renunciar a algo tan preciado como el sentirnos elogiados; es como una caricia, una palmada en el hombro, algo que nos distiende, nos estimula a seguir adelante, es un poco el ver que los demás se dan cuenta que existimos y nos valoran.
No solo hay que esperar el elogio de los otros, sino tenerlo presente a fin de dispensarlo con sinceridad y generosidad a todos los que nos rodean, familiares, amigos, dependientes nuestros en sus distintos niveles y que también esperan dicho estímulo.
Por otro lado la contracara del elogio es la crítica, que nos genera la mayoría de las veces la sensación de descalificación, de herida en el alma, de malestar e incomprensión.
Es que frente a ella sentimos dañada nuestra estima personal, por ello la inseguridad que produce en muchas personas, algo muy difícil de asimilar.
En definitiva, lo mejor será siempre el equilibrio ente ambos extremos, en la firme convicción de que el elogio no nos haga sentir más de lo que somos, ni la crítica menos apreciados por los demás, de tal manera que la autenticidad, responsabilidad y convicción de nuestro accionar, sean nuestro mejor espejo en el trajinar de nuestras vidas.


Fernando José Ignacio Jijena Sánchez