jueves, 23 de julio de 2009


¿ENTONCES, QUIÉN ES EL ENFERMO?


Todos tenemos una idea bastante clara de lo que es estar enfermo. Lo que significa un tratamiento con medicamentos, ejercicios, cirugía. También sabemos que cuando un familiar o amigo lo está requiere de nuestra parte un cuidado diferente.
Le dispensamos cariño, lo visitamos en especial si está internado o en cama, le damos nuestro apoyo y le comunicamos nuestro deseo de que mejore y se recupere a la brevedad. Otras veces nos ofrecemos a suplantarlo en algunas actividades, o le hacemos un regalo, en una palabra tratamos que en su desventura se sienta acompañado con la idea de minimizar su mal.
Ahora resulta que nuestra “capacidad” de cuidar a otro suele ser muy limitada en la mayoría de los casos.
Es que al principio la novedad, la posibilidad de ser protagonistas de velar en alguna medida por un ser querido, nos da un aire de cierta superioridad que nos invita a actuar de alguna manera.
Pero sucede que pasado un tiempo, en general días y a lo sumo semanas, al ver afectado nuestro mundo, la inquietud se invierte y nos preguntamos si no es hora de volver a lo “nuestro” en proporción directa al tiempo y empeño puesto de manifiesto al acompañar al enfermo.
Una cosa es una intervención de apendicitis, que sabemos que en general tiene buen pronóstico, que la internación es breve y la recuperación lleva sólo días.
Otro ejemplo, aunque no es una enfermedad pero requiere internación, es un parto.
Semejante al primero, es de corta estadía en la clínica u hospital, es un acontecimiento familiar, salvo que surjan problemas, es una “visita” que nos satisface efectuar.
Pero que pasa cuando la enfermedad pasa los treinta días promedio, cuando la cura no aparece, las dificultades se suman, la economía se resiente, las dudas y culpas comienzan a aflorar, en especial dentro del entorno familiar.
Aquí nos encontramos con otra cara de problema, la de una familia con un miembro “enfermo”, que no mejora, que nos genera muchos interrogantes y en especial uno que suele molestar mucho y es el ¿ y yo que tengo que ver en todo esto? ¿Esto está durando demasiado? ¿Hará el enfermo todo lo que tiene que hacer para curarse?
Y si la enfermedad aparece dentro de lo que se le llama “enfermedad mental”, léase, depresión, angustia, ansiedad, experiencias traumáticas que no son sencillas de elaborar, el panorama cambia de inmediato.
En este caso la familia es puesta a prueba y muchas veces no la supera en absoluto, en general porque surgen de inmediato situaciones no resueltas que hacen que al tiempo haya que reconocer que lo que se enfermó o estaba mal era el grupo familiar como tal, siendo en este caso el “enfermo” alguien que enciende la luz roja en cuanto a la salud mental de la familia.
Es que se hace muy difícil separar quien se enfermó y en que familia sucedió ello, dado que la interacción individuo familia en sus distintos subsistemas, padres, esposos, hijos, hermanos, es muy intensa, interrelacionada por naturaleza y necesidad, y la presencia de cualquier patología psicológica genera sensaciones, no siempre positivas para con el enfermo.
Es por ello que toda enfermedad crónica, léase treinta días o más afecta al grupo familiar casi siempre.
De ahí la advertencia de que si no se sabe que hacer con el enfermo, lo mejor es ponerse a disposición de un especialista, a fin de evitar males mayores y poder comprender que en el orden familiar nada se da aislado ni se resuelve individualmente exclusivamente.
¿Y cómo nos damos cuenta que necesitamos consultar ? Pues muy sencillo, como familiares podemos dar compañía, cariño, apoyo, pero cuado dudamos que hacer, es debido a que la situación nos superó y sólo pidiendo ayuda a quien corresponde podremos salir adelante con el problema.
De lo contrario nuestra ansiedad o desconocimiento de la enfermedad harán que simplemente agravemos la situación, el paciente empeore o no se cure, entrando en una espiral de desorden familiar que suele ser muy difícil de detener o evitar al no haberse puesto a disposición del especialista tanto el enfermo como la familia.

Fenando Jijena Sánchez